Pasamos buena parte de nuestra vida buscando lo que nos hace felices. Probando aquí y allá hasta encontrar ese tipo de respuestas que no dejan lugar a dudas. Esas por las que sabes que debes apostar. Las que deben marcar tu camino.
Esta semana he tenido la gran suerte de re-descubrir una de esas píldoras milagrosas que os recomendaría experimentar: los encuentros (juveniles) internacionales, también conocidos como Erasmus+. La energía que generan es mágica, indescriptible. Y adictiva, muy adictiva.
Incluso cuando eres consciente de que, por el cansancio acumulado, solo has podido estar a un nivel muy inferior al de otras veces, consigues ser feliz. Realmente feliz. Y no lo has hecho tú solo, ni mucho menos. Ha sido obra de ellos y ellas. Tus nuevos compañeros de viaje. Sí, tus nuevos amigos con los que tanto has aprendido y aprenderás.
Esos abrazos y sonrisas cómplices convierten unas pocas horas en toda una eternidad llena de magia. Hasta que, cuando te das cuenta, se han transformado en lágrimas por culpa de la implacable ley de la distancia.
Parece que todo se ha acabado y la pena nos invade. Pero el tiempo, tan sabio él, nos demostrará poco a poco que algo muy adentro ha cambiado en nosotros. No hay posibilidad de retorno. Nuestro nuevo ‘yo’ nos gusta. Y mucho. Habremos crecido como personas y en iniciativa. Una nueva actitud se apoderará de nosotros. Y de nuestros/as compañeros/as. Somos un ejército. Un grupo imparable de soldados de energía con la misión de recargar la gran batería que alimenta un mundo mucho mejor.
Un mundo más feliz. Un mundo donde la felicidad, a felicidade y la felicità suman en una misma dirección, unidos en la diferencia, sin fronteras ni barreras. Nuestro mundo. El que queremos. El que estamos creando.
¡Gracias por permitirme vivirlo!